SEÑOR DIRECTOR:
Los gendarmes desarrollan una labor de gran dificultad y de alta presión. Su rol va más allá de la seguridad y la custodia de la población penal, siendo un eslabón crucial en el desarrollo de una cultura que promueva la rehabilitación y futura reinserción de los penados (Crew, Liebling y Hullet, 2011; Arnold, 2016). Además, como se ha demostrado, el trato de los gendarmes y la cultura que estos impregnan en cada recinto penitenciario, juega un rol clave en el nivel de violencia de las cárceles (McCorkle et al, 1995; Liebling, 2011). Quizás como ningún otro oficial público, el funcionario penitenciario debe decidir en plazos acotados frente a situaciones difíciles, tomando medidas que muchas veces implican el uso de la fuerza.
Luego, su labor requiere, tanto de conocimientos, destrezas y actitudes de alta complejidad, como de condiciones mínimas en el cual puedan ejercer de manera digna y adecuada la labor que enfrentan. En este sentido, resulta fundamental el desarrollo de una carrera funcionaria con mayor preparación, tanto inicial como continua, en competencias y actitudes, con mayor énfasis en la rehabilitación y menos en la dimensión punitiva. Asimismo, urge una mejora sustancial de su calidad de vida, cuestión que se ha mostrado, impacta en la experiencia carcelaria de los internos y en su futura reincidencia (Kennealy, et al., 2012). Cuando se toma esto en cuenta, vemos que la figura del gendarme ha sido desatendida por parte del Estado. La necesidad de escuchar y atender las demandas planteadas por ellos, no solo dice relación con la dignidad del trabajo que llevan a cabo, sino con las nefastas consecuencias que se siguen de un ambiente carcelario de precariedad y violencia.
Pablo Carvacho Traverso Programa de Estudios Sociales del Delito Instituto de Sociología PUC.
